Gobernantes, intelectuales y medios de comunicación, tienden a definir la corrupción como un concepto extraordinario, actual, público y económico. Por otra parte, la comparación con el cáncer y la asociación indiscriminada con otros problemas sociales, especialmente la pobreza y la inseguridad, permite extraer de los discursos un mensaje final pesimista que exigiría un cambio social radical. Sin embargo, la ciudadanía parece inclinarse por una concepción opuesta en la que la corrupción es el estado normal de los sistemas individuales y sociales. El análisis del sentido del humor popular permite entrever una operación, compatible con la cultura nihilista de la alta modernidad, por medio de la cual se extrae en varios sentidos lo positivo de lo negativo, se neutraliza la tensión social y, al mismo tiempo, se dota de contenido rupturista a la función social de la corrupción.